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lunes, 10 de octubre de 2011

CAPITALISMO: "Crónica de la muerte de un sistema" - By Trapo Blanco

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Sobre la camilla del quirófano se afanan con miradas preocupadas un puñado de ineptos. Sus mascarillas no logran ocultar del todo sus rictus aterrorizados. En sus chapas de identificación puede leerse: Merkel, Sarcozy, Zapatero, Berlusconi, Obama, entre otros nombres. Son personas con un alto grado de prepotencia, casi tan alto como su incapacidad e ignorancia. Sin embargo han sido elegidos por el pueblo, y por tanto tienen pleno poder de decisión (en teoría).


Unos señores con batas oscuras de seda entran en el lugar y miran con pena al cadáver. En el brazalete del muerto pone: “capitalismo”. Los ineptos de las batas blancas preguntan a los de las batas oscuras: <¿Qué podemos hacer? No responde>

- Hay que meterle más sangre; pónganle dos bolsas más.

Responden los de las batas de seda. A sus espaldas llevan grabado con letras doradas: Bancos, FMI, CEE, Trilateral, Club Bilderberg, etc. Llevan capuchas pues no les gusta hacerse ver; prefieren no mezclarse con la plebe, y los del quirófano lo son. Se marchan a su despacho para decidir sus cuestiones. “El enfermo” les ha dado mucho dinero y poder; muy por encima de los de las batas blancas; pardillos ocasionales, capataces, a quienes decir lo que tienen que hacer, mientras ellos ostentan cargos vitalicios y dirigen el planeta. Rápidamente algunos de los que están con el cadáver salen a la sala de espera donde hay millones de personas llorando y preocupadas por “el paciente”. Los de la sala de espera están demacrados y tienen un color amarillento. Han donado su sangre durante varios años para salvar al “enfermo”, apenas comen y ahora algunos yacen ya sin vida pudriéndose lentamente entre los duros asientos de la sala. Pero nadie los mira, todos están absolutamente idiotizados por la tele de la sala de espera a la que casi todos miran aborregados como si mirasen al mismísimo Dios, aunque en realidad saben que su verdadero Dios es el que está tumbado en el quirófano, “el enfermo”. El que les daba trabajo a algunos a cambio de cromos sin ningún valor, pero que luego canjeaban por cosas y por comida; eso cuando no se los volvían a recoger antes de gastarlos, que era casi siempre. Pero desde que el capitalismo enfermó el trabajo empeoró; escaseaba, y el número de estampitas se redujo drásticamente.

- ¡Necesitamos más sangre! (dicen los de las batas blancas con decisión, sabiendo que les harán caso enseguida)

Inmediatamente se abalanzan algunos con el brazo extendido lleno de costras por las anteriores punciones. Ya no son tantos los voluntarios como al principio de la enfermedad del “enfermo” y casi todos los que se brindan a la extracción son de la casta política, amiguetes de los del quirófano. De alguna manera saben que si el paciente muere ellos irán detrás; tienen miedo. Mientras tanto algunos se hacen los tontos y unos pocos, los considerados subversivos o rebeldes, miran con desprecio la escena tantas veces repetida por años.

Las bombas sacan varios litros de sangre en poco tiempo, y aún caliente se la llevan al quirófano donde es colgada de perchas e inyectada al cadáver. El suelo está lleno de sangre, los zuecos de los “médicos-cirujanos” la pisan y lo ensucian todo.

- No creo que sirva de nada. Ya llevamos años haciendo lo mismo y no resucita.

Los demás hacen oídos sordos y con las planchas eléctricas aplican descargas al muerto en un intento desesperado por devolverle la vida. La sangre inyectada sale por las llagas purulentas y llenas de gusanos de su intestino abierto. Los ojos están vacíos y dentro de la estancia apesta a demonios. Un drenaje anal deja caer de vez en cuando una materia verdosa y pestilente con gusanos a una bolsa transparente. De la boca salen, de vez en cuando, escarabajos.

Los de las batas oscuras se asoman a ver, y mueven la cabeza decepcionados. Los de las batas blancas les miran otra vez, anhelantes de un remedio, una solución que justifique su propia existencia estúpida. Uno de los encapuchados hace un gesto con la mano haciendo un círculo con la mano, haciéndoles saber que deben volver a intentarlo. Y la escena se repite en la sala de espera donde a nadie dicen que “el enfermo” está muerto, y que lo que deben hacer es aprender a vivir sin él. No conciben la vida sin su supuesta protección y la de los que llevan las batas blancas.

Esta es la situación en la que nos encontramos actualmente. Pero fuera, en la sala de espera, la gente no se entera. La gente mira la tele, donde se les miente diciendo que todo va a salir bien, y ellos lo creen. Ellos quieren creer que alguien va a dar con la solución para que “el enfermo” se ponga bueno y puedan vivir sin ser desangrados (al menos no tan frecuentemente). No saben que Capitalismo lleva años muerto. No se lo han dicho. Alguno que otro va dejando la sala de espera de ese hospital maldito y sale a la calle. En la calle la vida es dura; a veces hace frio y otras, calor, pero desde luego nadie les persigue para extraerles más sangre. Han decidido no ver más la tele ni morir intentando hacer resucitar al muerto. Han decidido vivir. Detrás de un sistema viene otro; o, a rey muerto, rey puesto. Ya veremos dónde acaba toda la sangre que nos están sacando desde hace años y para lo que sirve. Lo peor de todo es que ellos (los de las batas blancas) saben que es algo totalmente inútil todo que están haciendo, obedeciendo a los “oscuros” mientras masacran y arruinan a los que les pusieron ahí. ¿Dónde está su responsabilidad? En fin, allá cada uno con su conciencia.

Autor: Trapo Blanco