La ciudadanía árabe asiste fascinada a las revueltas populares que han acabado con la cleptocracia despótica de Zine el Abidine Ben Alí en Túnez.
Desde el Magreb hasta el Creciente Fértil, millones de personas viven sometidas a condiciones similares a las que han propiciado la caída del tunecino: desempleo rampante, inflación, concentración de la riqueza en manos de las élites, represión de las libertades elementales y falta de horizontes. Es pronto para saber si puede desatarse un efecto dominó, pero la huidiza reacción de los regímenes árabes a lo sucedido en Túnez ilustra sus justificados temores.
Países como Jordania y Siria guardan silencio, mientras el Egipto de Hosni Mubarak, que gobierna el país con mano de hierro desde hace tres décadas, dijo ayer respetar la voluntad de los tunecinos. El Ministerio de Exteriores egipcio afirmó que confía en "su sapiencia para controlar la situación y evitar que el país se hunda en el caos".
La monarquía saudí, que ha dado cobijo a Ben Alí y que pasa por ser el mecenas por excelencia del extremismo islámico, dio apoyo a los tunecinos para que superen "esta difícil situación".
Sin embargo, los gobiernos autoritarios de la región parecen haber tomado nota. Varios ya han adoptado medidas para intentar aplacar las causas que inicialmente desataron las revueltas en Túnez y en Argelia. Jordania, Marruecos, Libia, Mauritania y Yemen han anunciado que frenarán la subida de los precios de los productos básicos. Argelia incluso dará ayudas económicas a los parados universitarios.
Habrá que ver si son suficientes para frenar el hartazgo popular. En Jordania, por el momento, las promesas no han evitado que miles de personas se manifestaran el viernes en varias ciudades contra la inflación y el desempleo. Algunos analistas árabes sostienen que el ejemplo tunecino abre una nueva etapa en el mundo árabe, aunque de momento no ha habido un efecto de contagio.
Sin embargo, para una región que se ha resignado a vivir bajo dictaduras inacabables, solo remozadas con golpes militares, invasiones foráneas o magnicidios, el ejemplo de Túnez es un modelo inspirador.
Países como Jordania y Siria guardan silencio, mientras el Egipto de Hosni Mubarak, que gobierna el país con mano de hierro desde hace tres décadas, dijo ayer respetar la voluntad de los tunecinos. El Ministerio de Exteriores egipcio afirmó que confía en "su sapiencia para controlar la situación y evitar que el país se hunda en el caos".
La monarquía saudí, que ha dado cobijo a Ben Alí y que pasa por ser el mecenas por excelencia del extremismo islámico, dio apoyo a los tunecinos para que superen "esta difícil situación".
Sin embargo, los gobiernos autoritarios de la región parecen haber tomado nota. Varios ya han adoptado medidas para intentar aplacar las causas que inicialmente desataron las revueltas en Túnez y en Argelia. Jordania, Marruecos, Libia, Mauritania y Yemen han anunciado que frenarán la subida de los precios de los productos básicos. Argelia incluso dará ayudas económicas a los parados universitarios.
Habrá que ver si son suficientes para frenar el hartazgo popular. En Jordania, por el momento, las promesas no han evitado que miles de personas se manifestaran el viernes en varias ciudades contra la inflación y el desempleo. Algunos analistas árabes sostienen que el ejemplo tunecino abre una nueva etapa en el mundo árabe, aunque de momento no ha habido un efecto de contagio.
Sin embargo, para una región que se ha resignado a vivir bajo dictaduras inacabables, solo remozadas con golpes militares, invasiones foráneas o magnicidios, el ejemplo de Túnez es un modelo inspirador.
Fuente: Periodico de Aragón