La crisis mundial es sistémica —se dice—. ¿Y eso qué significa? Que es el mismo sistema capitalista el que está en crisis. Ello se discute, se pone en duda, en foros económicos que intentan influir en la opinión pública. Es una discusión estúpida. Ya lo explicamos aquí:
Los indeseables subproductos del capitalismo son el beneficio y el ahorro, ambos acumulativos. El mantra que anuncia las burbujas es el de "ahorro igual a inversión". La acumulación del último gran ciclo desde la última guerra mundial ha dado como resultado que el ahorro total (dinero en cualquier forma) supere los 600 billones de dólares. El PIB mundial anual es de sólo 60 billones de dólares.
Consecuentemente, las últimas burbujas han ido estallando: a primeros de siglo fueron la de las punto-com y luego, la peor, la del ladrillo. Ahora había que tomar una decisión: o se volatilizaba el dinero acumulado; o se volatilizaba el estado del bienestar, es decir, el protagonismo de propio ser humano en su propia historia en el aras del capital. Y la decisión de los incompetentes que ocupan los sillones de parlamentos y gobiernos en el mundo entero ha sido optar por lo segundo.
Sin consumo, sin tejido empresarial, ambos quebrados por el sistema financiero, que sólo ya piensa en sí mismo —en su propia ruina, en cómo va a restituir lo que debe a sus depositantes e inversores—, el dinero excedente se ha refugiado en la penúltima burbuja: la de las deudas soberanas. Los estados han seguido su ritmo de gasto a costa del ahorro nacional. El proceso, con ingresos por impuestos menguantes, es un pozo sin fondo.
Ahora, esa burbuja también ha llegado a su fin. La banda de la kipá, ciega por la avaricia y el miedo, ha amontonado todo el oro en sus cámaras acorazadas con la intención de responder con éste a la emisión de alguna futura moneda, tras el verdadero holocausto. Saben que el exceso acumulado del dinero fiduciario que ellos mismos han contribuido a producir debe desaparecer. ¿Cómo? Los bloques mundiales se van estableciendo claramente: EEUU, Europa, Asia... cada uno con sus zonas de influencia monetaria. Todos estructurándose como macro estados al margen del mandato democrático.
Sin consumo, sin tejido empresarial, ambos quebrados por el sistema financiero, que sólo ya piensa en sí mismo —en su propia ruina, en cómo va a restituir lo que debe a sus depositantes e inversores—, el dinero excedente se ha refugiado en la penúltima burbuja: la de las deudas soberanas. Los estados han seguido su ritmo de gasto a costa del ahorro nacional. El proceso, con ingresos por impuestos menguantes, es un pozo sin fondo.
Ahora, esa burbuja también ha llegado a su fin. La banda de la kipá, ciega por la avaricia y el miedo, ha amontonado todo el oro en sus cámaras acorazadas con la intención de responder con éste a la emisión de alguna futura moneda, tras el verdadero holocausto. Saben que el exceso acumulado del dinero fiduciario que ellos mismos han contribuido a producir debe desaparecer. ¿Cómo? Los bloques mundiales se van estableciendo claramente: EEUU, Europa, Asia... cada uno con sus zonas de influencia monetaria. Todos estructurándose como macro estados al margen del mandato democrático.
Todos tratando de devaluar más deprisa que los contrincantes. Pero es demasiado tarde: devaluar hubiera sido solución hace 4 años. No ahora, con la economía productiva destruida. En Europa ya han quebrado dos países: Grecia e Irlanda; los seguirán otros tres con absoluta seguridad: Portugal, Bélgica y España. Y ahí se terminará la capacidad de soporte del Euro, sin perder la confianza de sus acreedores, los tenedores de las deudas soberanas en la moneda europea.
Ya sólo queda una salida: el establecimiento de dictaduras más o menos encubiertas, el control de la población mediante el miedo a las amenazas sanitarias, al desempleo y al hambre; y mediante una represión creciente hasta convertirse en brutal. Al final del camino de la degradación, sólo quedará una última burbuja donde quemar el exceso de dinero fiduciario. Lamentablemente, esa última burbuja es la guerra.
Ya sólo queda una salida: el establecimiento de dictaduras más o menos encubiertas, el control de la población mediante el miedo a las amenazas sanitarias, al desempleo y al hambre; y mediante una represión creciente hasta convertirse en brutal. Al final del camino de la degradación, sólo quedará una última burbuja donde quemar el exceso de dinero fiduciario. Lamentablemente, esa última burbuja es la guerra.