El presidente de la Generalitat de Cataluña se reunió el 3 de diciembre con cuatro grandes maestres de la masonería española para encargarles un informe anual sobre la situación social de la comunidad.
18/12/09
Fue el 3 de diciembre, jueves. El lugar, la biblioteca pública Arús, uno de los centros culturales más prestigiosos de Barcelona, 75.000 volúmenes donados al pueblo de la ciudad hace 114 años por el intelectual, filántropo y masón Rossend Arús i Arderiu. Los convocados fueron cinco. En primer lugar, el director de la biblioteca, el ingeniero, intelectual e investigador Josep Brunet, coautor del libro Franco contra los masones. Con él, el gran maestre de la Gran Logia de España (GLE), José Carretero; el de la Gran Logia Simbólica Española (GLSE), Jordi Farrerons; el del Gran Orient de Catalunya (GOC), Antoni Castillo; y la gran maestra de la Gran Logia Femenina de España (GLFE), Ana Maria Lorente. Cuatro de los más notables representantes de la Francmasonería de este país. Entre los cuatro dirigen aproximadamente a las dos terceras partes de los masones españoles y a la inmensa mayoría de los catalanes, baleares y valencianos.
Falta el convocante de la reunión, el que los había llamado a todos. Éste fue el presidente de la Generalitat de Cataluña, el molt honorable José Montilla. El president los invitó a comer en uno de los salones de la biblioteca Arús (un catering en el que hubo un buen cordero) y habló con ellos durante más de dos horas.
¿De qué? Pues de todo un poco, pero sobre todo de valores cívicos y humanos. Montilla, en quien los presentes alaban un trato franco, una conversación afable y una evidente sinceridad, quería saber muchas cosas de la masonería. Las cosas que la gente, o al menos la mayoría de los ciudadanos españoles, desconocen aún. Qué es la masonería, de dónde viene, cuáles son sus objetivos, a qué se dedica. Para qué sirve hoy. Cómo se ingresa en ella, cuál es su funcionamiento y, esto sobre todo, cuáles son esos valores éticos, democráticos, laicos e ilustrados que dice promover en todo el mundo desde hace bastante más de tres siglos. Esos valores que, según el presidente catalán y también en opinión de los invitados, están en crisis en una sociedad como la española, que prefiere la inmediatez a la profundidad, la prisa a la reflexión, el precio al valor; una sociedad que piensa -o eso parece- que a la felicidad se llega sólo por el consumo.
La comida terminó con un acuerdo: el presidente de la Generalitat convocará a los grandes maestres de la masonería española con raíz en Cataluña una vez al año, con carácter institucional. Y los grandes maestres se comprometen a elaborar un informe, también anual, acerca de la percepción que los representantes masones tienen sobre la evolución de la sociedad, sobre la situación de los ciudadanos y, claro está, sobre la buena o mala salud de esos valores cívicos y éticos que ahora parecen estar en horas bajas.
Nada de política concreta y menos partidista. Montilla fue informado de que en la masonería caben hombres y mujeres de todas las creencias religiosas y de todas las ideas políticas, siempre que respeten y propugnen los valores de la democracia, la tolerancia, la libertad de pensamiento y los derechos humanos. Hay masones independentistas (el GOC, por ejemplo, tiene un claro cariz catalanista), conservadores, socialistas y de cualquier otra opción, pero en las logias masónicas jamás se habla de religión ni de política: tampoco lo harán los grandes maestres cuando escriban su informe asesor para la presidencia de la Generalitat. Eso fue, en síntesis, todo.
Un encuentro sin precedentes.
Montilla sabía, sin duda, que no se trataba de una reunión más. Los maestros masones le agradecieron la invitación porque se trata de la primera vez en la historia de la actual democracia española que un representante de los poderes públicos convoca a los mandatarios de la vieja (pero hoy atomizada) masonería española para conversar con ellos, pedirles su opinión y, sobre todo, institucionalizar el encuentro.
La idea bien pudiera ser que la reunión anual se celebrase independientemente de quiénes sean los grandes maestres y de quién sea el presidente de la Generalitat. Sin ir más lejos, la GLE, la organización masónica más numerosa de España (alrededor de 2.000 hermanos), celebra en el próximo mes de marzo elecciones, que se anuncian reñidas, al puesto de gran maestre. Y también José Montilla tendrá que revalidar su cargo en 2010.
El presidente de la Generalitat se reúne con mucha gente. En el departamento de Presidencia aseguran a Tiempo que “su abanico de contactos es tan amplio como diversa es la sociedad en que vivimos”. En la agenda próxima o reciente de Montilla están personas y agrupaciones tan diversas como Johan Cruyff, Francisco González (BBVA), Felipe Benjumea (presidente de Abengoa), el dirigente de CCOO Ignacio Fernández Toxo, Juan Roig y Salvador Gabarró, presidentes de Mercadona y Gas Natural, los actuales responsables de la Fundación Vicente Ferrer, el presidente de Singapur, el del Líbano y hasta el cluster del porcino catalán, reunido en la Agrupación de Empresas Innovadoras, con quienes comió hace poco más de un mes. Y, claro está, ve a representantes del Ejército, de la UE, del Gobierno de Madrid, directores de medios de comunicación, cámaras de comercio, asociaciones industriales y ciudadanas, y por ahí hasta el agotamiento. Como dice un colaborador suyo, Montilla es un hombre pegado al teléfono que, “cuando le preocupa un tema, llama directamente a los implicados y se interesa por la situación. Luego saca conclusiones y da instrucciones para solucionar los problemas”. Pero es evidente que no a todo el mundo le pide un informe anual ni les convoca para que le asesoren con cierta periodicidad. ¿Por qué sí lo ha hecho con los masones?
Montilla, muy bien informado antes de la reunión con los grandes maestres, sin duda ha querido ser el primer gobernante español en imitar con toda exactitud lo que sucede en otros países de nuestro entorno. Por ejemplo, Francia.
Allí ocurre exactamente igual. El presidente de la República, sea quien sea, recibe una vez al año, en enero, a los dirigentes de las más importantes obediencias (agrupación de logias) masónicas del país. Y también escucha su opinión sobre la situación de la República francesa. Da lo mismo quién sea el presidente y quiénes sean los maestros masones: el encuentro se hace desde hace muchos años con carácter estrictamente institucional, como corresponde a un país en el que hay unos 300.000 masones y en el que la gente pone en su currículo profesional que pertenece a la Francmasonería, porque todos saben que eso es un plus. En Francia, lo mismo que en Bélgica, Alemania, Reino Unido, los países escandinavos, EEUU y muchos otros lugares, se da por hecho que alguien que ha logrado ingresar en la masonería ofrece una garantía añadida de honradez, rectitud y fiabilidad.
Aún hay más, y también en Francia. El presidente de la República, pertenezca al partido que pertenezca, se reúne periódicamente con el gran maestre del Gran Oriente de Francia (GOdF), a quien se considera la quinta autoridad del país, siquiera sea desde el punto de vista moral. Ahora mismo dirige el GOdF Pierre Lambicchi. Y no deja de llamar la atención que, cuando se producen esos encuentros, es el presidente francés quien se desplaza a la rue de Cadet, donde está la sede del Gran Oriente, y no el maestro masón quien es recibido en el Elíseo. El GOdF, a pesar de su nombre, es una institución supranacional: sin duda la más antigua y numerosa obediencia masónica liberal y adogmática del mundo, y tiene en España numerosas logias que se caracterizan, casi todas, por su intensa preocupación por los problemas sociales. De hecho, el GOdF es la tercera obediencia con más afiliados de todas las que hay en España, sólo por detrás de la GLE (llamada regular por su vinculación con la masonería inglesa: como ella, la GLE exige la creencia en un dios revelado y no admite mujeres) y de la GLSE, la más importante de todas las liberales, adogmáticas y mixtas, en las que hermanos y hermanas trabajan en absoluto pie de igualdad.
Pero el GOdF, cuyo consejero para España es Aimé Battaglia, no fue convocado por Montilla a la reunión del pasado 3 de diciembre en la biblioteca Arús. Como tampoco se llamó a la Federación Española del Derecho Humano (DH), otra antigua y prestigiosa organización masónica internacional de carácter liberal, adogmático y mixto que fundaron en 1893 Georges Martin y una mujer, María Deraismes; y que en España preside, desde septiembre pasado, otra mujer, Paloma Martínez.
El peso específico del GOdF y de DH en la masonería internacional (la institución se define desde hace siglos como universal más que como nacional o estatal) hace que resulten extraños esos olvidos. Pero parece claro que José Montilla, al fin y al cabo presidente catalán, quería comenzar una relación formal con las obediencias masónicas estrictamente catalanas (caso del GOC) o con las que tienen su raíz más importante en esa comunidad, aunque tengan carácter estatal. Es el caso de las otras tres.
Pero las relaciones normalizadas entre la masonería de los diversos países y sus poderes públicos son algo común en muchos lugares. Bélgica, por ejemplo, donde las dos grandes obediencias (una liberal y otra más conservadora) hace tiempo que dejaron aparte sus viejas diferencias para dialogar con el Gobierno con una sola voz; en todo lo demás siguen separadas.
O el Reino Unido, donde no hay una relación explícita y formal entre el Gobierno y la Gran Logia Unida de Inglaterra por la simple razón de que la masonería británica está vinculada desde hace siglos a la Corona. Los masones son mayoría absoluta en la cámara de los Lores y el actual gran maestre es el duque de Kent, primo de la reina Isabel II, ya que no puede ser ella misma gran maestra, como muchos de sus predecesores en el trono, no tanto porque la masonería inglesa exija a sus adeptos creer en un dios revelado y en la inmortalidad del alma (al fin y al cabo Isabel es la cabeza de la Iglesia anglicana), sino porque... no admiten mujeres.
No hace falta.
En Estados Unidos, el país con más masones del mundo a pesar de que su número esté bajando (ahora hay unos 2,3 millones), no existe relación explícita entre la masonería y la Presidencia del país. Tampoco hace falta. Muchos congresistas y senadores son masones, casi la mitad de los presidentes norteamericanos lo fueron (el último, Gerald Ford; no lo es Barack Obama, a pesar de lo que se cotillea en Internet) y, por último, como dice el maestro masón estadounidense Jean-Louis Portaix, “allí la masonería no se ocupa de política en absoluto. Un congresista masón se comportará como masón, pero nada más. Eso sí, nuestra orden se dedica a mejorar la vida de la gente dando mucho dinero para obras sociales”.
Fuentes independientes calculan ese “mucho dinero” en unos tres millones de dólares diarios, porque la masonería norteamericana estará aún más dividida que la española, pero económicamente es poderosísima.
Volviendo a España, si la Generalitat no ha querido dar demasiada publicidad a la reunión del 3 de diciembre (de hecho, al cierre de esta edición no se había hecho público ningún comunicado dando cuenta del acto), para los masones ha supuesto un paso de enorme importancia. Ilia Galán, uno de los más notorios miembros de la GLE y director de la revista Conde de Aranda, no puede ser más claro: “Por fin. Por fin se nos normaliza. Por fin van quedando atrás las rémoras y las calumnias de la dictadura. Por fin se hace oficial lo que en otros países es normal. Ahora sólo falta que la gente participe de esa normalidad. Algo que no va a ser fácil porque, al menos en relación con la masonería, España sigue siendo muy franquista, al margen de quién gobierne”.
Satisfacción total.
Antoni Castillo, gran maestre del GOC, también se alegra: “Ha sido extraordinario. Es la primera vez en la historia de la masonería moderna española que nos recibe un presidente del Gobierno, porque, para el GOC, Montilla es nuestro presidente. Ahora sólo falta que cunda el ejemplo en Madrid”.
Ana Maria Lorente, gran maestra de la GLFE, que está preparando para mayo la reunión bianual de todas las obediencias femeninas de Europa (este año será en Barcelona), dice que el encuentro del 3 de diciembre es “un gran acontecimiento para todos” y elogia lo próximo, lo coloquial, lo sencillo y lo bien informado del president Montilla.
También Jordi Farrerons, gran maestre de la GLSE, anda en lances internacionales: hace poco participó, representando a su obediencia, en la reunión de la UMM, la Unión Masónica del Mediterráneo, que se celebró en Venecia gracias a la acogida de la Gran Logia de Italia y en la que participaron obediencias masónicas de Italia, Francia, España, Grecia, Portugal, Turquía, Marruecos y Líbano, país que acogerá el próximo encuentro.
Sobre la reunión del 3 de diciembre con Montilla, reflexiona: “Cómo no iba a llegar este momento. Ya hace años que el Parlament de Cataluña homenajeó a los masones españoles asesinados o represaliados, pero al fin va quedando claro, y ahora institucionalmente, que somos un grupo más, una asociación de hombres y mujeres con una propuesta más, no sé si mejor o más válida que otras, pero desde luego no menos digna que ninguna, para lograr que la gente sea mejor y más feliz, y que la sociedad progrese. Ya va quedando atrás el tiempo de las barbaridades que se han dicho sobre nosotros, y que algunos siguen diciendo. La masonería es un método que nos permite crecer personalmente, que nos empuja a promocionar aquello que de bueno tenemos los seres humanos. Nos hace ser conscientes de lo que somos, impulsa el crecimiento personal vinculándolo a los valores de libertad, igualdad y fraternidad. Quiere ser una escuela de formación de individuos libres que deciden trabajar por unos objetivos comunes y que tratan de profundizar en aquello que nos une, no en lo que nos separa. No es otra cosa”.
Fue el 3 de diciembre, jueves. El lugar, la biblioteca pública Arús, uno de los centros culturales más prestigiosos de Barcelona, 75.000 volúmenes donados al pueblo de la ciudad hace 114 años por el intelectual, filántropo y masón Rossend Arús i Arderiu. Los convocados fueron cinco. En primer lugar, el director de la biblioteca, el ingeniero, intelectual e investigador Josep Brunet, coautor del libro Franco contra los masones. Con él, el gran maestre de la Gran Logia de España (GLE), José Carretero; el de la Gran Logia Simbólica Española (GLSE), Jordi Farrerons; el del Gran Orient de Catalunya (GOC), Antoni Castillo; y la gran maestra de la Gran Logia Femenina de España (GLFE), Ana Maria Lorente. Cuatro de los más notables representantes de la Francmasonería de este país. Entre los cuatro dirigen aproximadamente a las dos terceras partes de los masones españoles y a la inmensa mayoría de los catalanes, baleares y valencianos.
Falta el convocante de la reunión, el que los había llamado a todos. Éste fue el presidente de la Generalitat de Cataluña, el molt honorable José Montilla. El president los invitó a comer en uno de los salones de la biblioteca Arús (un catering en el que hubo un buen cordero) y habló con ellos durante más de dos horas.
¿De qué? Pues de todo un poco, pero sobre todo de valores cívicos y humanos. Montilla, en quien los presentes alaban un trato franco, una conversación afable y una evidente sinceridad, quería saber muchas cosas de la masonería. Las cosas que la gente, o al menos la mayoría de los ciudadanos españoles, desconocen aún. Qué es la masonería, de dónde viene, cuáles son sus objetivos, a qué se dedica. Para qué sirve hoy. Cómo se ingresa en ella, cuál es su funcionamiento y, esto sobre todo, cuáles son esos valores éticos, democráticos, laicos e ilustrados que dice promover en todo el mundo desde hace bastante más de tres siglos. Esos valores que, según el presidente catalán y también en opinión de los invitados, están en crisis en una sociedad como la española, que prefiere la inmediatez a la profundidad, la prisa a la reflexión, el precio al valor; una sociedad que piensa -o eso parece- que a la felicidad se llega sólo por el consumo.
La comida terminó con un acuerdo: el presidente de la Generalitat convocará a los grandes maestres de la masonería española con raíz en Cataluña una vez al año, con carácter institucional. Y los grandes maestres se comprometen a elaborar un informe, también anual, acerca de la percepción que los representantes masones tienen sobre la evolución de la sociedad, sobre la situación de los ciudadanos y, claro está, sobre la buena o mala salud de esos valores cívicos y éticos que ahora parecen estar en horas bajas.
Nada de política concreta y menos partidista. Montilla fue informado de que en la masonería caben hombres y mujeres de todas las creencias religiosas y de todas las ideas políticas, siempre que respeten y propugnen los valores de la democracia, la tolerancia, la libertad de pensamiento y los derechos humanos. Hay masones independentistas (el GOC, por ejemplo, tiene un claro cariz catalanista), conservadores, socialistas y de cualquier otra opción, pero en las logias masónicas jamás se habla de religión ni de política: tampoco lo harán los grandes maestres cuando escriban su informe asesor para la presidencia de la Generalitat. Eso fue, en síntesis, todo.
Un encuentro sin precedentes.
Montilla sabía, sin duda, que no se trataba de una reunión más. Los maestros masones le agradecieron la invitación porque se trata de la primera vez en la historia de la actual democracia española que un representante de los poderes públicos convoca a los mandatarios de la vieja (pero hoy atomizada) masonería española para conversar con ellos, pedirles su opinión y, sobre todo, institucionalizar el encuentro.
La idea bien pudiera ser que la reunión anual se celebrase independientemente de quiénes sean los grandes maestres y de quién sea el presidente de la Generalitat. Sin ir más lejos, la GLE, la organización masónica más numerosa de España (alrededor de 2.000 hermanos), celebra en el próximo mes de marzo elecciones, que se anuncian reñidas, al puesto de gran maestre. Y también José Montilla tendrá que revalidar su cargo en 2010.
El presidente de la Generalitat se reúne con mucha gente. En el departamento de Presidencia aseguran a Tiempo que “su abanico de contactos es tan amplio como diversa es la sociedad en que vivimos”. En la agenda próxima o reciente de Montilla están personas y agrupaciones tan diversas como Johan Cruyff, Francisco González (BBVA), Felipe Benjumea (presidente de Abengoa), el dirigente de CCOO Ignacio Fernández Toxo, Juan Roig y Salvador Gabarró, presidentes de Mercadona y Gas Natural, los actuales responsables de la Fundación Vicente Ferrer, el presidente de Singapur, el del Líbano y hasta el cluster del porcino catalán, reunido en la Agrupación de Empresas Innovadoras, con quienes comió hace poco más de un mes. Y, claro está, ve a representantes del Ejército, de la UE, del Gobierno de Madrid, directores de medios de comunicación, cámaras de comercio, asociaciones industriales y ciudadanas, y por ahí hasta el agotamiento. Como dice un colaborador suyo, Montilla es un hombre pegado al teléfono que, “cuando le preocupa un tema, llama directamente a los implicados y se interesa por la situación. Luego saca conclusiones y da instrucciones para solucionar los problemas”. Pero es evidente que no a todo el mundo le pide un informe anual ni les convoca para que le asesoren con cierta periodicidad. ¿Por qué sí lo ha hecho con los masones?
Montilla, muy bien informado antes de la reunión con los grandes maestres, sin duda ha querido ser el primer gobernante español en imitar con toda exactitud lo que sucede en otros países de nuestro entorno. Por ejemplo, Francia.
Allí ocurre exactamente igual. El presidente de la República, sea quien sea, recibe una vez al año, en enero, a los dirigentes de las más importantes obediencias (agrupación de logias) masónicas del país. Y también escucha su opinión sobre la situación de la República francesa. Da lo mismo quién sea el presidente y quiénes sean los maestros masones: el encuentro se hace desde hace muchos años con carácter estrictamente institucional, como corresponde a un país en el que hay unos 300.000 masones y en el que la gente pone en su currículo profesional que pertenece a la Francmasonería, porque todos saben que eso es un plus. En Francia, lo mismo que en Bélgica, Alemania, Reino Unido, los países escandinavos, EEUU y muchos otros lugares, se da por hecho que alguien que ha logrado ingresar en la masonería ofrece una garantía añadida de honradez, rectitud y fiabilidad.
Aún hay más, y también en Francia. El presidente de la República, pertenezca al partido que pertenezca, se reúne periódicamente con el gran maestre del Gran Oriente de Francia (GOdF), a quien se considera la quinta autoridad del país, siquiera sea desde el punto de vista moral. Ahora mismo dirige el GOdF Pierre Lambicchi. Y no deja de llamar la atención que, cuando se producen esos encuentros, es el presidente francés quien se desplaza a la rue de Cadet, donde está la sede del Gran Oriente, y no el maestro masón quien es recibido en el Elíseo. El GOdF, a pesar de su nombre, es una institución supranacional: sin duda la más antigua y numerosa obediencia masónica liberal y adogmática del mundo, y tiene en España numerosas logias que se caracterizan, casi todas, por su intensa preocupación por los problemas sociales. De hecho, el GOdF es la tercera obediencia con más afiliados de todas las que hay en España, sólo por detrás de la GLE (llamada regular por su vinculación con la masonería inglesa: como ella, la GLE exige la creencia en un dios revelado y no admite mujeres) y de la GLSE, la más importante de todas las liberales, adogmáticas y mixtas, en las que hermanos y hermanas trabajan en absoluto pie de igualdad.
Pero el GOdF, cuyo consejero para España es Aimé Battaglia, no fue convocado por Montilla a la reunión del pasado 3 de diciembre en la biblioteca Arús. Como tampoco se llamó a la Federación Española del Derecho Humano (DH), otra antigua y prestigiosa organización masónica internacional de carácter liberal, adogmático y mixto que fundaron en 1893 Georges Martin y una mujer, María Deraismes; y que en España preside, desde septiembre pasado, otra mujer, Paloma Martínez.
El peso específico del GOdF y de DH en la masonería internacional (la institución se define desde hace siglos como universal más que como nacional o estatal) hace que resulten extraños esos olvidos. Pero parece claro que José Montilla, al fin y al cabo presidente catalán, quería comenzar una relación formal con las obediencias masónicas estrictamente catalanas (caso del GOC) o con las que tienen su raíz más importante en esa comunidad, aunque tengan carácter estatal. Es el caso de las otras tres.
Pero las relaciones normalizadas entre la masonería de los diversos países y sus poderes públicos son algo común en muchos lugares. Bélgica, por ejemplo, donde las dos grandes obediencias (una liberal y otra más conservadora) hace tiempo que dejaron aparte sus viejas diferencias para dialogar con el Gobierno con una sola voz; en todo lo demás siguen separadas.
O el Reino Unido, donde no hay una relación explícita y formal entre el Gobierno y la Gran Logia Unida de Inglaterra por la simple razón de que la masonería británica está vinculada desde hace siglos a la Corona. Los masones son mayoría absoluta en la cámara de los Lores y el actual gran maestre es el duque de Kent, primo de la reina Isabel II, ya que no puede ser ella misma gran maestra, como muchos de sus predecesores en el trono, no tanto porque la masonería inglesa exija a sus adeptos creer en un dios revelado y en la inmortalidad del alma (al fin y al cabo Isabel es la cabeza de la Iglesia anglicana), sino porque... no admiten mujeres.
No hace falta.
En Estados Unidos, el país con más masones del mundo a pesar de que su número esté bajando (ahora hay unos 2,3 millones), no existe relación explícita entre la masonería y la Presidencia del país. Tampoco hace falta. Muchos congresistas y senadores son masones, casi la mitad de los presidentes norteamericanos lo fueron (el último, Gerald Ford; no lo es Barack Obama, a pesar de lo que se cotillea en Internet) y, por último, como dice el maestro masón estadounidense Jean-Louis Portaix, “allí la masonería no se ocupa de política en absoluto. Un congresista masón se comportará como masón, pero nada más. Eso sí, nuestra orden se dedica a mejorar la vida de la gente dando mucho dinero para obras sociales”.
Fuentes independientes calculan ese “mucho dinero” en unos tres millones de dólares diarios, porque la masonería norteamericana estará aún más dividida que la española, pero económicamente es poderosísima.
Volviendo a España, si la Generalitat no ha querido dar demasiada publicidad a la reunión del 3 de diciembre (de hecho, al cierre de esta edición no se había hecho público ningún comunicado dando cuenta del acto), para los masones ha supuesto un paso de enorme importancia. Ilia Galán, uno de los más notorios miembros de la GLE y director de la revista Conde de Aranda, no puede ser más claro: “Por fin. Por fin se nos normaliza. Por fin van quedando atrás las rémoras y las calumnias de la dictadura. Por fin se hace oficial lo que en otros países es normal. Ahora sólo falta que la gente participe de esa normalidad. Algo que no va a ser fácil porque, al menos en relación con la masonería, España sigue siendo muy franquista, al margen de quién gobierne”.
Satisfacción total.
Antoni Castillo, gran maestre del GOC, también se alegra: “Ha sido extraordinario. Es la primera vez en la historia de la masonería moderna española que nos recibe un presidente del Gobierno, porque, para el GOC, Montilla es nuestro presidente. Ahora sólo falta que cunda el ejemplo en Madrid”.
Ana Maria Lorente, gran maestra de la GLFE, que está preparando para mayo la reunión bianual de todas las obediencias femeninas de Europa (este año será en Barcelona), dice que el encuentro del 3 de diciembre es “un gran acontecimiento para todos” y elogia lo próximo, lo coloquial, lo sencillo y lo bien informado del president Montilla.
También Jordi Farrerons, gran maestre de la GLSE, anda en lances internacionales: hace poco participó, representando a su obediencia, en la reunión de la UMM, la Unión Masónica del Mediterráneo, que se celebró en Venecia gracias a la acogida de la Gran Logia de Italia y en la que participaron obediencias masónicas de Italia, Francia, España, Grecia, Portugal, Turquía, Marruecos y Líbano, país que acogerá el próximo encuentro.
Sobre la reunión del 3 de diciembre con Montilla, reflexiona: “Cómo no iba a llegar este momento. Ya hace años que el Parlament de Cataluña homenajeó a los masones españoles asesinados o represaliados, pero al fin va quedando claro, y ahora institucionalmente, que somos un grupo más, una asociación de hombres y mujeres con una propuesta más, no sé si mejor o más válida que otras, pero desde luego no menos digna que ninguna, para lograr que la gente sea mejor y más feliz, y que la sociedad progrese. Ya va quedando atrás el tiempo de las barbaridades que se han dicho sobre nosotros, y que algunos siguen diciendo. La masonería es un método que nos permite crecer personalmente, que nos empuja a promocionar aquello que de bueno tenemos los seres humanos. Nos hace ser conscientes de lo que somos, impulsa el crecimiento personal vinculándolo a los valores de libertad, igualdad y fraternidad. Quiere ser una escuela de formación de individuos libres que deciden trabajar por unos objetivos comunes y que tratan de profundizar en aquello que nos une, no en lo que nos separa. No es otra cosa”.
Fuente:Tiempo de Hoy